LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO

El fruto del Espíritu
Somos salvos por gracia, por medio de la fe en el Evangelio (1 Corintios, 15:3-4) y
no por obras (Efesios, 2:8-9, Tito, 3:5).
La gracia es el favor inmerecido de Dios por medio del cual podemos ser salvos,
obedecer los mandamientos de Dios (aunque no de manera perfecta) y ser santos.
La gracia es la actividad unilateral de Dios por medio de la cual Él está todo el
tiempo atrayendo las almas hacia sí mismo.
La causa de la salvación, entonces, es la gracia (Efesios, 2:8) y el “boleto de
entrada” a la gracia es la fe (Romanos, 5:2). Cuando oímos el Evangelio con fe,
además de la salvación, recibimos al Espíritu Santo (Gálatas, 3:2), quien no solo
viene a morar (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) sino que, además, es sellado
(Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en nosotros.
A partir de aquí, suceden dos cosas:
[1] el Espíritu Santo comienza en nosotros su obra consistente en convencernos
[a] de pecado, [b] de justicia y [c] de juicio (Juan, 16:8); y

[2] comienzan a aparecer en nosotros los “frutos del Espíritu” (Gálatas, 5:22-23),
por el solo hecho de tener al Espíritu Santo morando (Juan, 14:17, 1 Corintios,
3:16, 6:19) y sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en nosotros;
Los frutos del Espíritu son nueve:
Gálatas, 5:22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, 5:23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
[1] amor;
[2] gozo;
[3] paz;
[4] paciencia;
[5] benignidad;
[6] bondad;
[7] fe;
[8] mansedumbre; y
[9] templanza;
Aunque algunos aparecen antes que otros, finalmente deberían aparecer y
resultar visibles todos los frutos (los nueve) en la vida de un cristiano. Desde
nuestra conversión, estos frutos van apareciendo y madurando de a poco, como
ocurre con el fruto de cualquier árbol. Aparecen por el solo hecho de tener al
Espíritu Santo morando (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19), sellado (Efesios,
1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) y ejecutando su obra en nosotros (Juan, 16:8).
El “fruto” del Espíritu y las “obras” de la ley
Antes de mencionar los nueve frutos del Espíritu, Pablo escribe:
Gálatas, 5:17 Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es
contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.
5:18 Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. 5:19 Y manifiestas
son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, 5:20
idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones,
herejías, 5:21 envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a
estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los
que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Si hacemos una interpretación literal de Gálatas, en general y de este pasaje
(especialmente Gálatas, 5:17), en particular, vamos a llegar a la conclusión de que
esta mención que hace Pablo de las obras de la carne (Gálatas, 5:19-21), antes
de referirse a los nueve frutos del Espíritu (Gálatas, 5:22-23), es totalmente lógica.

Algunos hacen el siguiente razonamiento:
Si somos salvos, junto con la salvación, hemos recibido al Espíritu Santo (Gálatas,
3:2). A partir de aquí, el Espíritu Santo se queda morando (Juan, 14:17, 1
Corintios, 3:16, 6:19) y es sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en
nosotros, motivo por el cual, tarde o temprano (es solo una cuestión de tiempo),
exhibiremos sus frutos (Gálatas, 5:22-23). Si, por el contrario, no somos salvos, al
no tener el Espíritu Santo morando y sellado en nosotros, entonces se harán
manifiestas las obras de la carne (Gálatas, 5:19-21). Es una cosa o la otra: si
somos salvos, exhibiremos los frutos del Espíritu (Gálatas, 5:22-23) y, si estamos
perdidos, manifestaremos las obras de la carne (Gálatas, 5:19-21). Esta
interpretación, sobre todo por los pasajes mencionados para sustentarla, parecería
no tener fisuras.
El razonamiento está bien y correctamente sustentado en la Palabra, es decir, las
premisas son verdaderas pero la conclusión a la que se arriba es falsa, pues está
basada en una interpretación literal de Gálatas, en general y de este pasaje
(especialmente Gálatas, 5:17), en particular.
Toda la epístola a los Gálatas fue escrita contra una de las tres herejías que se
levantaron, desde el inicio, contra el verdadero Evangelio de “gracia + fe”
predicado por Pablo (Efesios, 2:8-9) y es la herejía del “falso evangelio de obras”.
Al respecto, puedes ver un estudio en mi blog llamado “Las tres herejías más
peligrosas” en el siguiente link:
https://escudriniandolabiblia.blogspot.com/2020/04/las-tres-herejias-mas-
peligrosas.html
Debemos, pues, echar mano a la hermenéutica bíblica para [1] suspender el
principio de interpretación literal, [2] determinar el contexto de la epístola a los
Gálatas y [3] aplicar, en cambio, el principio de interpretación contextual.
¿Cuál es el contexto de la epístola a los Gálatas?. Los verdaderos enemigos del
Evangelio de “gracia + fe” predicado por Pablo (Efesios, 2:8-9), no fueron los
griegos o los romanos sino los falsos maestros judaizantes, quienes decían a los
recién convertidos al cristianismo:
[a] si eran judíos, que podían convertirse pero sin abandonar los rituales del
judaísmo; y
[b] si eran gentiles (no judíos), que antes de convertirse, debían abrazar el
judaísmo y circuncidarse.

Podemos ver a estos falsos maestros judaizantes en acción (y este falso evangelio
que podríamos denominar de “fe + obras”) en:
Hechos, 15:5 Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se
levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley
de Moisés.
Estos falsos maestros se habían infiltrado en la iglesia de Galacia y estaban
envenenando a sus miembros con esta herejía. Por lo tanto, toda la epístola a los
Gálatas es una exhortación escrita por Pablo para permanecer en la gracia (la 6° y
actual dispensación) como fuente de la salvación y no volver a buscarla en la ley
de Moisés (la 5° dispensación).
En Gálatas, 5:17 Pablo no está hablando simplemente se ser “carnal” o “espiritual”
(como muchos suponen). En Gálatas, 5:18 (el versículo siguiente) es donde Pablo
nos da la clave acerca de la profundidad de su pensamiento. Hablar de gracia es
hablar del Espíritu Santo y hablar del Espíritu Santo es hablar de gracia (Hebreos,
10:29). Por eso, cuando Pablo dice “si somos guiados por el Espíritu (si estamos
bajo la gracia), entonces no estamos bajo la ley (Gálatas, 5:18), lo que está
queriendo decirnos es que, mientras más cerca caminemos de la gracia, más
manifiestos se harán los frutos del Espíritu (Gálatas, 5:22-23), en tanto que,
mientras más cerca caminemos de la ley, más manifiestas se harán las obras de
la carne (Gálatas, 5:19-21). Nótese lo siguiente: mientras el Espíritu produce
“frutos”, la ley produce “obras”.
La ley de Moisés tiene una doble dimensión:
[1] una dimensión concreta, por cuanto la ley de Moisés fue un pacto (Éxodo, 19:5-
6) que Dios hizo con Israel en su momento, por cuya obediencia se lograba la
salvación; y
[2] una dimensión simbólica, por cuanto la ley de Moisés representa, en términos
espirituales, las obras humanas que no nos salvan (Efesios, 2:8-9, Tito, 3:5), pero
a través de las cuales muchas veces intentamos justificarnos delante de Dios;
Nota: cuando decimos “ley” en este estudio, no nos referimos solo a la ley de Moisés, sino
también a cualquier clase de legislación o regulación que el cristiano use para reducir su
pecado y conseguir santidad por fuera de la gracia divina (sin la ayuda de Dios).
Ningún cristiano verdadero (salvo) se mueve 100% bajo la gracia, ni 100% bajo la
ley. Todos los cristianos, aun los más maduros, nos movemos continuamente en
este tenso equilibrio entre la ley y la gracia. A veces caminamos bajo la gracia y
manifestamos los frutos del Espíritu (Gálatas, 5:22-23).

Otras, sobre todo cuando pecamos, caminamos bajo la ley y manifestamos las
obras de la carne (Gálatas, 5:19-21), al intentar agradar a Dios con nuestras
obras, en lugar de correr hacia Él y confesar nuestros pecados (1 Juan, 1:9).
Todo esfuerzo humano tendiente a llevar una vida de rectitud delante de Dios que
no incluya al Espíritu Santo (y, por lo tanto, a la gracia) está destinado al fracaso
porque, combatir a la carne “desde la carne y no desde el Espíritu” es como
apagar fuego con nafta.
Por eso Pablo escribe:
Gálatas, 5:4 De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia
habéis caído.
Los que pretenden justificarse (salvarse) delante de Dios por la ley (por sus
obras), según Pablo, se desligan de Cristo y caen de la gracia. Muchos creen que
pecar es caer de la gracia, pero no. Cuando pecamos, no caemos “de la gracia”
sino “en la gracia”, porque la gracia es ese colchón que evita que nos lastimemos
cuando caemos. Caer de la gracia, por el contrario, es intentar justificarnos delante
de Dios con nuestras obras y es cuando nos desligamos de Cristo, dice Pablo.
Por eso el Señor dijo:
Zacarías, 4:6 Entonces respondió y me habló diciendo: Esta es palabra de Jehová
a Zorobabel, que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho
Jehová de los ejércitos.
Casi todos los cristianos se dan cuenta de que su naturaleza pecaminosa los
arrastra y trata de esclavizarlos (Romanos, 6). Pero pocos cristianos se dan
cuenta, con humildad, de que son incapaces, incluso, de hacer algo bueno
(Romanos, 7). Muchos cristianos “viven bajo la ley”: tienen un conjunto de reglas y
regulaciones que obedecen religiosamente “en la energía de la carne” y llaman a
eso “vivir una vida cristiana dedicada”. Pero nada más alejado de la realidad. Solo
cuando el Espíritu Santo dirige nuestras vidas, desde adentro y obedecemos de
corazón, hay una vida cristiana que honra a Dios.
La carne disfruta ser “religiosa”, tratando de obedecer leyes, reglas y códigos. La
cosa más engañosa acerca de la carne es que puede parecer tan santificada, tan
espiritual, cuando, en realidad, la carne está en guerra contra Dios. La palabra
“carne” no quiere decir “cuerpo” en sí mismo sino, más bien, la naturaleza del
hombre alejado de la influencia y del poder de Dios. Otros términos que se usan
para “carne” son: el “viejo hombre”, el “cuerpo de pecado” y el “yo”.

A causa del cristianismo “humanista”, resulta difícil para muchos cristianos admitir
que en nosotros no hay nada bueno. Todo lo que la Biblia dice respecto de la
“carne” es negativo y hasta que los creyentes no admitan que no pueden controlar
la “carne”, ni cambiarla, ni limpiarla, ni conquistarla, nunca entraran en la vida y en
la libertad de Dios.
Pablo mismo tuvo que admitir que su carne no se sujetaba a las leyes de Dios
(Romanos, 7:14-20). Tal vez Pablo no cometió actos externamente groseros de
pecado, pero sin duda albergaba actitudes internas que eran contrarias a la
voluntad de Dios. La ley de Dios es santa y buena (Romanos, 7:12) pero, aun una
ley santa, no podrá controlar la carne pecadora.
Esta verdad resulta chocante, incluso para los cristianos maduros. La vida
cristiana no se vive “en la energía de la carne”, intentando hacer “buenas obras
para Dios”. Las mejores obras, de los mejores hombres son, delante de Dios,
“trapos de inmundicia” (Isaías, 64:6). Cabe aclarar que, en la época de Isaías, los
“trapos de inmundicia” eran los trapos que contenían la menstruación de las
mujeres. Ningún creyente en la tierra puede jamás hacer nada en la carne que
pueda agradar a Dios. La carne para nada aprovecha (Juan, 6:63). Es una
verdadera tragedia vivir bajo la esclavitud de las leyes, resoluciones y reglas
cuando hemos sido llamados a la gloriosa libertad por medio del Espíritu.
Romanos, 6:14 Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis
bajo la ley, sino bajo la gracia.
¿Qué quiere decir Pablo cuando afirma que “no estamos bajo la ley sino bajo la
gracia”?. Estar “bajo la ley” quiere decir que debemos hacer algo por Dios,
mientras que “estar bajo la gracia” quiere decir que Dios hace algo por nosotros.
Demasiados cristianos están agobiados por reglas y regulaciones religiosas, sin
darse cuenta de que es imposible hallar santidad mediante sus propios esfuerzos.
Que trágico es ver cristianos viviendo “bajo la ley”, luchando por agradar a Dios,
cuando la nueva posición que tienen en Cristo y el nuevo poder en el Espíritu
(Romanos, 8:3-4), hacen posible disfrutar la victoria y la bendición por gracia.
Debemos hacer morir las obras de la carne (Gálatas, 5:19-21) por el poder del
Espíritu (Romanos, 8:13) y no mediante el esfuerzo humano por agradar a Dios.
Lo único que contrarresta a la carne es el Espíritu y no la misma carne.

Los nueve frutos del Espíritu
[1] El fruto del amor
Como estamos hechos a imagen y semejanza de Dios (Génesis, 1:26) y Dios es
amor (1 Juan, 4:8), el amor debería ser el atributo de Dios que primero se vea
reflejado en nosotros y tal vez por eso Pablo lo menciona en primer lugar en su
lista de los nueve frutos del Espíritu (Gálatas, 5:22-23).
Para Pablo:
[+] todos los dones espirituales juntos sin amor no son nada (1 Corintios, 13:1-3);
[+] cuando venga lo perfecto, es decir, cuando estemos en la Nueva Jerusalén
celestial, los dones como la profecía, las lenguas y aun la ciencia acabaran, pero
el amor nunca dejara de ser (1 Corintios, 13:8-10); y
[+] el amor está por encima de todo (1 Corintios, 13:13);
Características del amor según Pablo (1 Corintios, 13:4-7):
[ 1 ] es sufrido;
[ 2 ] es benigno;
[ 3 ] no tiene envidia;
[ 4 ] no es jactancioso;
[ 5 ] no se envanece;
[ 6 ] no hace nada indebido;
[ 7 ] no busca lo suyo;
[ 8 ] no se irrita;
[ 9 ] no guarda rencor;
[10] no se goza de la injusticia;
[11] se goza de la verdad;
[12] todo lo sufre;
[13] todo lo cree;
[14] todo lo espera; y
[15] todo lo soporta;
El primer y el segundo mandamiento de los cuales depende toda la ley y los
profetas (Mateo, 22:40) tienen que ver con el amor: [1] amar a Dios con todo
nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente (Mateo, 22:37-
38) y [2] amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo, 22:39).

Aún más, para Juan Dios es amor:
1 Juan, 4:7 Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo
aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. 4:8 El que no ama, no ha
conocido a Dios; porque Dios es amor. 4:9 En esto se mostró el amor de Dios para
con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos
por él.
[2] El fruto del gozo
Gozo es aquella profunda alegría espiritual que el Espíritu Santo infunde en los
corazones de quienes deciden seguir a Dios, aun en el medio de la aflicción, de la
tristeza y de las pruebas (Santiago, 1:2). Se trata, entonces, de una alegría
espiritual, infundida por el Espíritu Santo y, por lo tanto, sobrenatural.
El apóstol Pablo nos alentó a estar siempre gozosos (1 Tesalonicenses, 5:16),
pero en el mundo abunda la aflicción y la tristeza:
Juan, 16:33 En el mundo tendréis aflicción;
Cuando no somos capaces de auto examinarnos (2 Corintios, 13:5) y, por ende,
de juzgar y confesar (1 Juan, 1:9) nuestros pecados, el Señor tiene que juzgarnos
y disciplinarnos (Hebreos, 12:5-8) para que no seamos condenados con el mundo
(1 Corintios, 11:31-32), lo cual trae tristeza a nuestra vida:
Hebreos, 12:11 Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de
gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella
han sido ejercitados.
El fruto del gozo no implica ausencia de aflicción y de tristeza sino que aparece
precisamente a causa de ellas y es una promesa de que, tras aquellas, vendrá un
gozo que nadie podrá quitarnos. El siguiente pasaje habla de la tristeza como un
estado presente y del gozo como un estado futuro:
Juan, 16:20 De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el
mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se
convertirá en gozo. 16:21 La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado
su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia,
por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. 16:22 También vosotros
ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie
os quitará vuestro gozo.

[3] El fruto de la paz
Juan, 14:27 La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.
No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.
La paz y la seguridad que dan el mundo (y que, a veces, nosotros buscamos), son
una ilusión. Buscamos paz y seguridad en nuestra pensión de retiro, en hacer
inversiones que nos proporcionen una renta futura para cuando dejemos de
trabajar, etc.. Pero esta es una paz superficial. ¿Por qué?. Porque el mundo y las
cosas que ofrece, son pasajeros:
1 Juan, 2:15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno
ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 2:16 Porque todo lo que hay en el
mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida,
no proviene del Padre, sino del mundo. 2:17 Y el mundo pasa, y sus deseos; pero
el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
Siempre estamos hablando del “mundo” y nunca lo definimos. El “mundo” es
cualquier idea, sistema, obra, acción, teoría, cualquier cosa que contradiga la
voluntad de Dios. 1 Juan 2:17 dice que “el mundo pasa”. Este texto puede
significar, simplemente, que el mundo es pasajero, pero también puede traducirse
como que “alguien” está detrás del mundo, empujándolo, para que el mundo
“pase” y ese “alguien” es Dios. El Señor está detrás, empujando (en su soberanía)
al mundo a su destino final que es su destrucción y, si estamos esperando cosas
del mundo, estas también “pasaran”. Tu juventud, tu fuerza y tu belleza en unos
años se irán.
Pero la paz que da Dios es de otro calibre:
Filipenses, 4:6 Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones
delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. 4:7 Y la paz de
Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús.
Debemos evitar la ansiedad y, en cambio, hacer conocer nuestras peticiones
delante de Dios, por medio de la oración, dando gracias por anticipado por la
respuesta divina. Y, recién cuando hagamos esto, la paz (el fruto) de Dios,
sobrenatural (pues sobrepasa todo entendimiento), guardara nuestro corazón y
nuestra mente en Cristo Jesús.

[4] El fruto de la paciencia
La paciencia puede ser definida como la actitud que lleva a alguien a poder
soportar contratiempos y dificultades para conseguir algún bien. Ese “alguien”
puede ser Dios mismo o nosotros.
[+] la paciencia es un atributo de Dios;
Romanos, 3:25 a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su
sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su
paciencia, los pecados pasados,
Romanos, 15:5 Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre
vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús,
[+] la paciencia debiera ser un atributo del pueblo de Dios;
Como la paciencia es un atributo divino (Romanos, 3:25, 15:5) y estamos hechos
a imagen y semejanza de Dios (Génesis, 1:26), la paciencia también debiera ser
un atributo nuestro:
Romanos, 5:3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones,
sabiendo que la tribulación produce paciencia; 5:4 y la paciencia, prueba; y la
prueba, esperanza;
Efesios, 4:2 con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los
unos a los otros en amor,
Colosenses, 3:12 Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de
entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de
paciencia;
2 Tesalonicenses, 3:5 Y el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y
a la paciencia de Cristo.
Apocalipsis, 2:2 Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no
puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no
lo son, y los has hallado mentirosos; 2:3 y has sufrido, y has tenido paciencia, y
has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado.
Apocalipsis, 2:19 Yo conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y
que tus obras postreras son más que las primeras.

Apocalipsis, 3:10 Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también
te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para
probar a los que moran sobre la tierra.
Apocalipsis, 13:10 Si alguno lleva en cautividad, va en cautividad; si alguno mata a
espada, a espada debe ser muerto. Aquí está la paciencia y la fe de los santos.
Apocalipsis, 14:12 Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
[+] la paciencia debería ser también un atributo de los ministros de Dios;
Pablo habla de su paciencia como ministro (apóstol) de Dios:
2 Corintios, 6:4 antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios,
en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias;
En 1 y 2 Timoteo y Tito (las denominadas “cartas pastorales de Pablo”), Pablo
aconseja a los ministros de Dios, que el mismo levantó, tener paciencia:
1 Timoteo, 6:11 Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la
justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
2 Timoteo, 3:10 Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe,
longanimidad, amor, paciencia,
2 Timoteo, 4:2 que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo;
redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.
Tito, 2:2 Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el
amor, en la paciencia.
[+] la paciencia es esencial para alcanzar las promesas de Dios;
Hebreos, 6:12 a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos
que por la fe y la paciencia heredan las promesas. 6:13 Porque cuando Dios hizo
la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, 6:14
diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente.
6:15 Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa.
Hebreos, 10:36 porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la
voluntad de Dios, obtengáis la promesa.

Hebreos, 12:1 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan
grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos
asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,
[+] la paciencia es fruto de las pruebas;
Romanos, 5:3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones,
sabiendo que la tribulación produce paciencia; 5:4 y la paciencia, prueba; y la
prueba, esperanza;
Santiago, 1:3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
No hay otra forma que aparezca el fruto de la paciencia que no sea a través de las
pruebas.
[+] la venida del Señor requiere paciencia;
Santiago, 5:7 Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor.
Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con
paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. 5:8 Tened también
vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se
acerca.
[+] la paciencia fue un atributo de los hombres de Dios del AT;
Santiago, 5:10 Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a
los profetas que hablaron en nombre del Señor. 5:11 He aquí, tenemos por
bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis
visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo.
Los frutos de la [5] benignidad y [6] la bondad
Estos dos frutos se tratan juntos porque se parecen (aunque no son lo mismo).
Mientras la “bondad” (del griego, “agathosune”) es una cualidad moral, la
“benignidad” (del griego, “crestotes”) es la manifestación externa de esa bondad
en acciones concretas. Es la diferencia entre “ser bueno” (bondad) y “hacer el
bien” (benignidad). El mismo razonamiento resulta aplicable a la “maldad” (ser
malo) y a la “malignidad” (hacer el mal).
Sabemos que Dios es bueno y he aquí una cualidad moral suya:

Salmos, 136:1 Alabad a Jehová, porque él es bueno, Porque para siempre es su
misericordia.
Pero también sabemos que la bondad de Dios se manifestó (y he aquí su
“benignidad”) en su amor por los hombres, aun cuando estos cometieron todo tipo
de injusticias y delitos:
Tito, 3:3 Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes,
extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia
y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. 3:4 Pero cuando se
manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres,
Dios es bueno y, además, benigno al manifestar esa bondad enviando a su Hijo
para que todo aquel que en El crea no se pierda, tenga vida eterna y viva por El
(Juan, 3:16, 1 Juan, 4:9).
Otra diferencia entre estos dos frutos es que, mientras la “benignidad” describe los
aspectos más amables de la “bondad”, esta última incluye también hacer el bien a
otros pero por medios no necesariamente amables. Cuando Cristo purificó el
templo (Mateo, 21:12-13) o denuncio a los escribas y fariseos (Mateo, 23:13-36),
no fue necesariamente amable, aunque lo hizo por bondad.
Debemos, entonces, no solamente ser buenos sino, además, hacer el bien
(practicar la bondad).
[7] El fruto de la fe
Respecto al fruto de la fe, puedes ver en mi blog un estudio que hicimos hace
algún tiempo denominado “Tres niveles de fe” en el siguiente link:
https://escudriniandolabiblia.blogspot.com/2020/06/tres-niveles-de-fe.html
Existen tres niveles de fe a los que podemos acceder los cristianos, a saber:
[1] la fe inicial para salvación (Efesios, 2:8-9, Romanos, 5:2);
[2] la fe como uno de los nueve frutos del Espíritu Santo (Gálatas, 5:22-23); y
[3] la fe como uno de los nueve dones del Espíritu Santo (1 Corintios, 12:8-10);
En lo que respecta al presente estudio, solo haremos algunos comentarios
respecto de la fe del apartado [2]: la fe como fruto del Espíritu.
El Espíritu Santo se recibe junto con la salvación por el oír con fe el Evangelio (1
Corintios, 15:3-4):

Gálatas, 3:2 Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las
obras de la ley, o por el oír con fe?
Recibido el Espíritu Santo, el mismo no solo se queda morando (Juan, 14:17, 1
Corintios, 3:16, 6:19) sino que, además, es sellado (Efesios, 1:13-14, 4:30, 2
Corintios, 1:21-22) en nosotros. A partir de aquí, el Espíritu Santo comienza su
obra en nosotros, que consiste en convencernos de [1] pecado, [2] de justicia y [3]
de juicio (Juan, 16:8) y es cuando comienzan a resultar visibles sus frutos
(Gálatas, 5:22-23). Aunque algunos aparecen antes que otros, finalmente
deberían aparecer y resultar visibles todos los frutos (los nueve) en la vida de un
cristiano.
Desde nuestra conversión, estos frutos van apareciendo y madurando de a poco,
como ocurre con el fruto de cualquier árbol. Aparecen por el solo hecho de tener al
Espíritu Santo morando (Juan, 14:17, 1 Corintios, 3:16, 6:19) y sellado (Efesios,
1:13-14, 4:30, 2 Corintios, 1:21-22) en nosotros.
Podemos empezar a darnos cuenta de cómo es la secuencia. En el primer nivel, la
fe inicial nos fue dada (literalmente) por Dios para poder creer en el Evangelio (1
Corintios, 15:3-4), ser salvos y recibir el Espíritu Santo (Gálatas, 3:2). En este
segundo nivel, la fe se desarrolla y madura como un fruto producto de tener al
Espíritu Santo morando, sellado y ejecutando su obra (Juan, 16:8) en nosotros.
En este nivel, la fe de uno y otro cristiano no es la misma, pero no porque a cada
uno le haya sido dada una “medida distinta de fe”, sino porque, en este nivel,  la fe
es un fruto que, en uno y otro cristiano, tiene un distinto grado de maduración y es
independiente de la “antigüedad” (los años de convertido) que tenga, uno y otro
cristiano, dentro de la iglesia.
La Palabra de Dios, por su parte, contribuye enormemente al desarrollo y
maduración del fruto de la fe:
Romanos, 10:17 Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.
El “oír” en este pasaje no se refiere solo a “escuchar” (o leer) la Palabra de Dios
sino, también, a obedecerla. Es decir, escuchar (o leer) la Palabra de Dios y
ponerla por obra (obedecerla), produce fe.
Algunos podrían pensar que, habiéndonos sido dada, por providencia divina, la fe
inicial para alcanzar la salvación (la fe del primer nivel), ahora somos nosotros los
que tenemos la responsabilidad de crecer en el Señor, entre otras cosas, leyendo
la Palabra de Dios, para que nuestra fe madure.

Pero no debemos olvidar lo siguiente:
[a] es el Espíritu Santo el que nos guía hacia toda verdad (Juan, 16:13) y, por
ende, el que nos impulsa a leer y estudiar las Escrituras;
[b] es el Espíritu Santo el que comenzó la obra (Juan, 16:8) en nosotros y el que la
va a perfeccionar (la va a hacer cada vez mejor) hasta el “día de Jesucristo”, es
decir, hasta rapto de la iglesia (Filipenses, 1:6); y
[c] es el Espíritu Santo el que produce en nosotros tanto el querer (desarrollarnos)
como el hacer (el que podamos lograrlo), por su buena voluntad (Filipenses, 2:13);
Al igual que en el primer nivel de fe, no hay nada en este segundo nivel de lo que
el hombre pueda jactarse. Es más, en este segundo nivel nuestra dependencia de
Dios es igual o aun mayor que en ese primer nivel donde nos fue dada, por
providencia divina, la fe inicial para salvarnos.
En este nivel, cuando el fruto se desarrolla y madura, la “medida de fe” es
absolutamente la misma para todos los cristianos (Romanos, 12:3). Es por eso
que es inútil orar para que nuestra fe “sea aumentada” sobrenaturalmente (Lucas,
17:3-5). La fe es un fruto que aparece y, a su tiempo, terminara de madurar y
alcanzar una “única medida” común a todos los cristianos.
La fe, además, opera por una ley (Romanos, 3:27). La “ley de la fe”, por ser
precisamente una ley, opera equitativamente en todos aquellos que tienen a Cristo
en el corazón. Algo no puede ser categorizado como una ley si no aplicara de la
misma manera para todos.
Si alguien se tira al vacío, desde el octavo o noveno piso de un edificio, se va a
matar porque está operando la “ley de la gravedad”. Dios no va a cambiar la ley de
gravedad para salvar su vida. Esta persona salto y está violando una ley. Y Dios
no puede violar sus propias leyes.
Y la Biblia dice que la fe también es una ley. La ley de la fe es una ley que incluso
Dios respeta. Es como una restricción que se autoimpuso Dios a sí mismo.
Muchas veces no recibimos respuesta a nuestras oraciones no porque lo que
pedimos no esté en la voluntad de Dios sino porque no estamos cumpliendo la ley
de la fe o la estamos violando.

[8] El fruto de la mansedumbre
La “mansedumbre” es la virtud que modera nuestra ira y sus consecuencias
desagradables y evita todo resentimiento y rencor a causa del comportamiento de
los demás. La mansedumbre aparece en el NT presentada como un rasgo
distintivo de la predicación de Jesús.
Es una de las bienaventuranzas del Sermón del Monte:
Mateo, 5:5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por
heredad.
Jesucristo dijo:
Mateo, 11:29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;
Esta mansedumbre que los Evangelios atribuyen a Jesús queda finalmente
ejemplificada con la aceptación de su calvario y muerte, después de ser fortalecido
por un ángel para que hiciera la voluntad de Dios.
Finalmente, los mansos son enseñables y están dispuestos a aceptar la disciplina
de Dios, aunque por el momento pueda parecer gravosa (Hebreos, 12:11).
[9] El fruto de la templanza
La templanza es la virtud que sirve para moderar los deseos destructivos y las
pasiones desordenadas que muchas veces nos dominan. La pasión normalmente
se la relaciona con el deseo sexual irrefrenable pero también está asociada con
otro tipo de sentimientos destructivos.
La palabra pasión puede ser definida como:
[1] sentimiento vehemente, capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón,
como el amor, el odio, los celos o la ira intensos; y
[2] sentimiento de amor vehemente, especialmente manifestado en el deseo
sexual;

Pablo habla de crucificar la carne con “sus pasiones y deseos” (Gálatas, 5:24), de
hacer morir en nosotros las “pasiones desordenadas” (Colosenses, 3:5) y
recomienda a Timoteo “huir de las pasiones juveniles” (2 Timoteo, 2:22). Santiago,
por su parte, atribuye las guerras y los pleitos a “vuestras pasiones” (Santiago,
4:1).
Nos han mal enseñado (y hemos mal aprendido) que “la carne” es sinónimo de
sexo (lascivia, lujuria, masturbación, fornicación, adulterio, etc.). Esto es cierto,
pero “carne” también es idolatría, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas,
disensiones, envidias, etc. (Gálatas, 5:19-21). Alguien podría no fornicar y, aun
así, cometer todas estas últimas abominaciones. La templanza nos ayuda a
contener todo deseo y pasión desordenada (sexual y no sexual).
Conclusión
Como vimos, cada fruto del Espíritu tiene un propósito:
[1] el fruto del amor, nos ayuda a amar a Dios, a nuestro prójimo y aun a nuestros
enemigos;
[2] el fruto del gozo, nos ayuda a sentir alegría, aun en el medio de la aflicción, de
la tristeza y de las pruebas;
[3] el fruto de la paz, nos ayuda a guardar nuestros corazones y nuestros
pensamientos en Cristo Jesús;
[4] el fruto de la paciencia, nos ayuda a soportar contratiempos y dificultades para
alcanzar las promesas de Dios;
[5] el fruto de la benignidad, nos ayuda a hacer el bien, como Dios lo ha hecho con
nosotros;
[6] el fruto de la bondad, nos ayuda a ser buenos como Dios lo es;
[7] el fruto de la fe, nos ayuda no solo a creer que Dios existe sino a creer en sus
promesas;
[8] el fruto de la mansedumbre, nos ayuda a moderar nuestra ira, a la vez que nos
hace enseñables y nos ayuda a soportar la disciplina del Señor;
[9] el fruto de la templanza, nos ayuda a controlar nuestros deseos, sentimientos y
pasiones destructivas;
Los frutos del Espíritu no aparecen por arte de magia. ¿Queremos el fruto del
amor?. Entonces Dios nos va a hacer pasar por situaciones en las que tendremos
la oportunidad de mostrar cuanto somos capaces de amar. ¿Queremos el fruto de
la paciencia?. Entonces Dios nos va a hacer pasar por pruebas y tribulaciones, las
cuales, como vimos, producen paciencia. ¿Queremos el fruto de la
mansedumbre?. Entonces Dios nos va a hacer pasar por situaciones en las que
vamos a tener la oportunidad de demostrar lo mansos que somos. Porque por
nuestros frutos seremos conocidos (Mateo, 7:20).

Comprender y aceptar las debilidades y fallas de nuestros hermanos, es
comprender y aceptar nuestras propias fallas y debilidades. Todos tenemos
debilidades. Todos fallamos en algo. Afortunadamente hay algo que nos cubre a
todos y se llama GRACIA. La GRACIA DE DIOS nos convierte de mendigos a
reyes.
Cuando solo vemos las debilidades y fallas de nuestros hermanos olvidándonos
de nuestras propias fallas y debilidades, nos alejamos solitos de la GRACIA y
volvemos al estado de indigencia y miseria espiritual del cual el Señor nos había
sacado y es cuando, cual burdas marionetas, más “se nos notan los piolines”.
Mientras más cerca caminemos de la gracia, más manifiestos se harán los frutos
del Espíritu (Gálatas, 5:22-23), en tanto que, mientras más cerca caminemos de la
ley, más manifiestas se harán las obras de la carne (Gálatas, 5:19-21).

DIOS TE BENDIGA!